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‘6 de agosto… y entonces sucedió que…’, por José Luis Fortea

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forteaJosé Luis Fortea

………..auspiciado secretamente con el nombre en clave de proyecto Manhattan y autorizado por el presidente de los Estados Unidos, Harry S Truman, ante la negativa japonesa de presentar su rendición, durante la mañana del lunes 6 de agosto, de un día como hoy de hace setenta y dos años, el bombardero Boeing B29 Superfortress  “Enola Gay”, lanzaba la primera bomba atómica de la historia sobre la ciudad nipona de Hiroshima.

Entre tres posibles objetivos japoneses seleccionados por la Administración Truman, Kokura, Hiroshima, y Nagasaki, resultó finalmente elegida, por su relevante función militar, la ciudad portuaria de Hiroshima, ubicada al oeste de Japón, en la región de Chugoku, en el delta del corto río Ota, que con sus siete brazos bañando la ciudad dividía esta en seis islas, siendo además una de las pocas ciudades japonesas que habían quedado sin bombardear, hasta aquel momento, desde que comenzasen estos el pasado mes de marzo.

La tripulación de aquella misión había sido confeccionada en torno al experimentado comandante Paul Tibbets (que recientemente había sido considerado como uno de los mejores pilotos de los Estados Unidos) y que a sus treinta años fue finalmente el escogido, por el alto mando militar, para la selección del equipo que llevaría a cabo esta misión secreta.

Como copiloto, prefirió contar con el capitán Robert Alvin Lewis, reconociendo así su valía y su destreza, a pesar de que en el plano personal ambos presentaban grandes diferencias, ya que Tibbets eras de esos tipos que se tomaba su trabajo muy en serio mientras que Lewis, con dos años menos, era a juicio de aquel demasiado inmaduro, completando aquel equipo, los siguientes diez oficiales;

– Un ingeniero de vuelo, el sargento Wayne Duzenberry, y su ayudante, el también sargento Robert Shumard.

– El capitán Theodore Van Kirk, como navegante de aviación, a quien llamaban “Dutch” (“Holandés”), que junto al sargento Joe Stiborik en el radar, el teniente Jacob Beser en las contramedidas electrónicas y el soldado Richard Nelson en el puesto de radio, se encargarían de llevar a buen puerto aquella nave.

– El capitán William “Deak” Parsons, encargado de lanzar la bomba y su ayudante, el teniente Morris Jeppson.

– Y en tareas defensivas de aquella misión, un artillero, el mayor Thomas Ferebee y en la ametralladora de cola el sargento George Caron.

Durante la madrugada del día seis de agosto, aquel avión plateado (a quien Tibbets había puesto el nombre de su madre, “Enola Gay”, en señal de agradecimiento por su apoyo incondicional brindado para ver cumplido su sueño de convertirse en  piloto militar, enfrentándose incluso a los deseos de su padre, que hubiera preferido que su hijo fuera médico) partía desde la isla de Tinian, hacia Japón, escoltado por otros dos bombarderos, The Great Artiste (el Gran Artista) y el N 91, que posteriormente sería bautizado con el nombre de Necessary Evil (Maldad Necesaria) encargado de realizar las fotografías de aquella misión.

Y así, sobre la una y media de la madrugada y con una duración prevista de unas seis horas de vuelo necesarias para cubrir aquel trayecto desde la isla de Tinian a las costas de Japón, sin conocer todavía el objetivo exacto final, despegaba el Enola Gay con aquella bomba en su interior, a la que por su descomunal tamaño, de cerca de tres metros y medio de largo y unos cinco mil kilos de peso, le habían puesto el nombre de “Little Boy” (que bien podría traducirse por algo así como “chavalín”).

A las pocas horas de partir, reciben confirmación de las coordenadas del destino final de aquel artefacto…-“B-2, C-1, Q-3, Y-3”-, recibido, dijo Tibbets, y dirigiéndose a la tripulación dijo, de acuerdo chicos, es Hiroshima.

Aquella cálida y despejada mañana del día 6 de agosto de 1945, surcando los cielos de la ciudad de Hiroshima, sobre las ocho de la mañana, aquel avión, más parecido a uno meteorológico que a un bombardero de guerra, sin llegar a producir alarma ni sobresalto entre la población, sino despertando incluso la curiosidad de estos, que ven, según testimonios posteriores, una bonita y diminuta gota plateada en el firmamento, busca su objetivo previamente seleccionado, situado en el centro mismo de la ciudad, el puente Aioi que con su llamativa forma de “T” es fácilmente visible desde una altura de diez mil metros.

Tras recibir la tripulación la orden de su comandante de colocarse las gafas especiales por el fogonazo que sabían que la detonación iba a provocar, a las ocho y cuarto con cuarenta y tres segundos de la mañana, Parsons y Jeppson, abren el compartimiento dejando caer la bomba que cuarenta y tres segundos más tarde cambiaría el rumbo, no sólo de una guerra, sino de la misma Historia.

Tal y como estaba previsto y a una altura de unos seiscientos metros, se produce la explosión, y de pronto un fogonazo que ilumina el cielo, y que se torna en una intensa luz blanca, seguida por una enorme y cegadora bola de fuego que se expande y acaba con todo lo que se encuentra a su paso, de una detonación que se llegaría a sentir en un radio de hasta sesenta kilómetros de distancia, surgiendo de ahí una nube, en forma de hongo, que llegaría a alcanzar los dieciséis kilómetros de alto por cinco de ancho, arrasando completamente la ciudad, matando a setenta mil personas en el acto y dejando otras setenta mil más heridas de diversa consideración, la mayor cifra de muertes, por una sola arma, con un poder devastador sin igual, que dejaría una radiación que seguiría exterminando a aquella población, o causándoles graves daños y dejando secuelas en las generaciones venideras.

Hasta los primeros doscientos cincuenta metros, desde la zona cero, no sobrevivió prácticamente nadie, desvaneciendo los cuerpos de quienes se encontraban allí, sometidos a temperaturas de más de 1800 ºC, quedando únicamente los rastros de las llamadas “sombras nucleares”, que eran las impresiones y huellas de personas y objetos.

Tres días después, el jueves 9, el bombardero norteamericano “Bockscar”, realizaría un segundo lanzamiento de otra bomba, bautizada con el nombre de “Fat Man”, esta vez de plutonio, sobre la ciudad de Nagasaki, cambiando sobre la marcha el objetivo inicial previsto de la ciudad de Kokura, debido a la presencia de nubes intensas en la zona al tener que realizar el lanzamiento de manera visual.

El ingeniero Tsutomu Yamaguchi que durante aquel mes de agosto de 1945 contaba con veintinueve años de edad, ha sido el único Hibakusha (persona bombardeada) oficialmente reconocido por el gobierno japonés en 2009, como testigo y víctima que ha logrado sobrevivir, a estas dos explosiones de Hiroshima y Nagasaki.

De la misma forma, encontrándose en aquella primera explosión de Hiroshima, logró sobrevivir Masaru Yamaki y junto a él, un bonsái de su propiedad que había sido plantado allá por el año 1624, y que acabaría donándolo al museo National Arboreum de Washington, conocido como “El Pino de Yamaki” y que actualmente todavía se puede contemplar.

Unas destrucciones que asombrarían y aún continúan haciéndolo por su poder de devastación al mundo entero, y que traerían la rendición de Japón, el día 3 de septiembre de 1945. Y es que, aún negándose el país nipón a rendirse, hicieron bueno un proverbio suyo que dice…….

–“Hay una gran diferencia entre rendirse y saber que ya es suficiente”-

Y la humanidad entera ya había tenido suficiente……………………..

Hasta el domingo 13……….

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Cuidar de una madre con Alzheimer: Un viaje de amor y dolor

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Cuidar de una madre con Alzheimer: Un viaje de amor y dolor-FREEPIK

En el torbellino de nuestras vidas, donde cada día parece traer consigo nuevos desafíos y responsabilidades, a menudo nos encontramos luchando por equilibrar nuestras vidas personales y profesionales. Pero ¿qué sucede cuando ese equilibrio se ve eclipsado por una realidad implacable? ¿Cómo lidiamos con el impacto emocional y psicológico de ser cuidadores de un ser querido con una enfermedad tan devastadora como el Alzheimer?

Esta es la historia de una periodista apasionada que, entre entrevistas y artículos, se enfrenta a una batalla mucho más íntima: la lucha diaria de cuidar a su madre, quien lenta pero inexorablemente se desvanece en las garras de la enfermedad de Alzheimer.

Para ella, cada día es un viaje emocional plagado de altibajos. Desde los momentos de lucidez y conexión con su madre hasta las dolorosas luchas para recordar quién es ella misma, cada momento está marcado por una mezcla de amor incondicional y dolor impotente. Es una montaña rusa de emociones, donde la alegría y la tristeza se entrelazan en un baile constante.

Su vida como periodista le ha enseñado a mirar más allá de las apariencias y a buscar la verdad en cada historia. Y en este viaje junto a su madre, encuentra una verdad más profunda: la importancia de la empatía, la compasión y el amor incondicional. A medida que navega por los desafíos diarios del cuidado, descubre una fuerza interior que nunca supo que poseía.

Pero no todo son lecciones y momentos de claridad. Hay días oscuros, días en los que el peso del cuidado parece demasiado grande para soportarlo. Días en los que la frustración y la impotencia amenazan con abrumarla. Sin embargo, incluso en esos momentos más oscuros, encuentra consuelo en la gente que la rodea. Amigos y familiares se unen para ofrecer apoyo y comprensión, recordándole a ella y a su hermana que no están solas en este viaje.

A medida que el Alzheimer avanza implacablemente, ella se enfrenta a una dolorosa verdad: la inevitabilidad de la pérdida. Pero también encuentra consuelo en el conocimiento de que el amor trasciende las barreras del tiempo y la memoria. Aunque su madre pueda olvidar su nombre y sus rostros, el amor que sienten el uno por el otro perdura, inquebrantable e indestructible.

La historia de esta periodista es una historia de amor. Un amor que desafía las limitaciones del tiempo y el espacio, un amor que persiste a pesar de las pruebas y tribulaciones. Es un recordatorio de que, incluso en los momentos más oscuros, el amor es la fuerza que nos sostiene, la luz que guía nuestro camino. El amor que vio crecer en su casa día a día, sin interrupción.

En medio del día a día, es fácil perder de vista lo que realmente importa. Pero esta historia nos recuerda que, en lo que de verdad importa, son las conexiones humanas y los lazos de amor los que nos sostienen en los momentos más difíciles. Y en el poder cuidar de su madre con Alzheimer, encuentra no solo una prueba de su amor, sino también una lección de humanidad y compasión que nunca olvidará.

SRA

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